lunes, 17 de julio de 2017

Joan Tardá y la incitación a la violencia. Deconstruyendo a un agitador de masas.

El día 15 de julio de 2017 el diputado Gabriel Rufián publicaba un tuit que decía: “Hacer política con Joan Tardá es como jugar al fútbol con Messi”. Yo le respondí diciendo: “más bien es jugar al fútbol con Ovejero, un central del At.Madrid que cosía a patadas a los delanteros”.

La imagen que transmite Joan Tardá siempre me ha resultado entre grotesca y cómica a la vez. Creo que es el diputado que más teatro hace, mucho más que Pablo Iglesias y Rufián, que ya es decir, y lo podría llegar a considerar como un personaje curioso dentro del folklore hispano. No obstante, la gente que arrastra, su agresividad, el salario que cobra y las implicaciones que tiene el proyecto que defiende, creo que ya no es para tomárselo a broma. Lo considero más un agitador que un político. Es uno de los que mejor representa la política nacionalista catalana de los últimos años: hacer propuestas no destinadas para organizar y gestionar las relaciones sociales y mejorar la vida de los ciudadanos, sino pensadas para que el gobierno central se las derogue, de esa manera van transmitiendo la idea de que son víctimas de España, tienen una permanente justificación y van consiguiendo apoyos para mantenerse en el poder.

Tardà es consciente de que su voluminosa presencia física, acompañada con su voz grave y potente, irradia energía, por lo tanto es un recurso estético que usa. Otra cosa son los argumentos que aporta cuando toma la palabra, centrados casi siempre en una misma idea, la independencia de Cataluña o los ataques que recibe desde vete a saber cuando. Nunca ha disimulado su desprecio a España, lo cual casa muy mal con la supuesta intención de una fraternal amistad llegado el caso de la independencia. Creo que cuando Joan Tardà se retire sus mejores recuerdos de su vida dedicado a la política serán los años que estuvo en Madrid, pero no por el trabajo que realizó, ni por las amistades que haya podido establecer, sino porque disfruta siendo la piedra en el zapato del gobierno central. Esa es su zona de confort.

Pero independientemente de su imagen, lo que me ha llamado la atención en los últimos días ha sido el artículo que publicó el 1 de julio de 2017 en el periódico digital El Diario. El enlace es este:


La gente desconoce la enorme diferencia que hay entre publicar para una revista científica y para un periódico. La diferencia está en el método científico. En una revista especializada al autor se le exige que sus afirmaciones estén basadas en datos, sean experimentales, estadísticos, documentales o del tipo que sea según corresponda a la naturaleza de la investigación. Esto implica que todo lo que afirmes ha de ser verificado, y necesariamente cualquier lector ha de tener la oportunidad de poder comprobarlo, por lo tanto has de aportar el origen de tus datos, cómo los has obtenido, cómo los has seleccionado y, finalmente, cómo los has analizado. Esa exigencia no existe en un periódico, o si existe es muy laxa. Es lógico que un periódico exija menos a un colaborador que una revista científica, pero pienso que no vendría mal incrementar el nivel.

El artículo que voy a analizar es corto, son apenas dos páginas en el procesador de textos, pero está lleno de afirmaciones que o bien son directamente falsas, o bien sesgadas, o bien sin contrastar, o bien son simples deseos o esperanzas que cree que se van a confirmar con los hechos. ¿Por qué? Porque lo dice él, que está convencido de ello, sin más.

Para analizarlo usaré la técnica de responder como si estuviera dialogando con él en directo. En color rojo será el texto de Joan Tardá y en negro mis comentarios.


EL REFERÉNDUM SOBRE LA REPÚBLICA CATALANA CONDUCIRÁ A LA III REPÚBLICA.
Joan Tardà i Coma

Los partidos y las instituciones del régimen del 78 se oponen frontalmente al referéndum catalán porqué (sic, el acento) supondría el triunfo del principio democrático de la voluntad popular sobre las reglas establecidas hace 40 años. Se redactó entonces una Constitución que nació muerta, bajo la presión de los poderes fácticos, a instancias del ministro de Franco Manuel Fraga. (Entre Franco y Manuel debería ir una coma).

Ya en la primera frase se plantea el sesgo no solo ideológico, sino cognitivo incluso. Los partidos políticos y las instituciones españolas desde 1978 no son democráticas. Su única justificación para sostener esta afirmación es que la redacción estuvo sometida, según él, bajo la presión de los “poderes fácticos” y participó Manuel Fraga, exministro de Franco. Supongo que con el término “poderes fácticos” se referirá al ejército, a la Iglesia y a los grandes empresarios y banqueros.

Sinceramente, da un poco grima tener que recordarle al diputado Tardà -aunque más que a él, a sus seguidores- que Jordi Solé Tura y Miquel Roca Junyent, del Partido Comunista y de lo que se llamaba por aquella época “Minoría Catalana”, respectivamente, fueron redactores de la Constitución. ¿No eran demócratas esos dos políticos citados?

Es curioso que desde la irrupción de Podemos tras las elecciones europeas de 2014 se haya establecido como una categoría intelectual el término “régimen del 78”, con un significado no analítico o descriptivo de un fenómeno social o de un proceso histórico, sino más bien con significado emocional, algo a rechazar y superar por estar contaminado por esa falta de democracia, y supuesta presión de los “poderes fácticos” de la época en la que se redactó la Constitución. He aquí entonces una falacia muy usada últimamente: debido a que alguien sin pedigrí demócrata como Fraga participó en la redacción de la Constitución, ya toda la Constitución es no democrática. Siguiendo la misma lógica, debido a que Alianza Popular lo fundó Manuel Fraga y otros que venían del franquismo, su sucesor, el Partido Popular, no es un partido liberal conservador, sino que sigue siendo un partido fascista. Esta es la lógica que subyace.

Los que sostienen esta idea usan también la metáfora “ruido de sables”, dando a entender con ello que los militares estaban detrás de las deliberaciones, amenazando a los siete redactores de la constitución y a su equipo de asesores con un nuevo levantamiento militar en caso de que la redactaran de manera distinta a como la querían los “poderes fácticos”.

A estas alturas he de decir que esa interpretación me parece una gilipollez, aparte de una manipulación de los acontecimientos. Si ha habido una institución en España que ha evolucionado democráticamente e incluso de manera ejemplar han sido precisamente el ejército y las fuerzas armadas en general.

Una de las características que define al sistema democrático de los regímenes dictatoriales es que las fuerzas armadas están subordinadas al poder civil, a la ley en última instancia. Sí, hubo varios intentos de golpe de Estado de los militares y que culminó en el frustrado de 1981 del teniente coronel Tejero. Pero la mayoría de los militares de la época eran plenamente conscientes del cambio que se estaba produciendo en España y que se debía producir. De hecho, ese mismo año de 1981 se ingresó en la O.T.A.N., y una decisión así, que es nada menos que la incorporación a un acuerdo internacional, no se toma de la noche a la mañana, sino que hay muchas reuniones y deliberaciones detrás. Con el ingreso en la O.T.A.N. los militares y, por ende, el Estado entero, se sometían al ordenamiento jurídico internacional de nuestro entorno y aceptaban su forma de proceder.

Creo recordar también que la primera solicitud que hizo España para ingresar en la Comunidad Económica Europea data de 1970. Obviamente España en esa época no cumplía las condiciones para el ingreso, pero la idea ya estaba en los altos funcionarios del Estado. Solo nueve años después de la muerte del dictador España entró como miembro de pleno derecho de la Comunidad Económica Europea. El cambio de la dictadura a la democracia se estaba produciendo antes de la muerte de Franco. Sigamos.

Los expertos constitucionalistas consideran “muerta” una Constitución que no se puede adaptar a la evolución de la sociedad. Sólo en el mes de mayo pasado 17 Estados modificaron sus constituciones vivas, entre ellos la República Federal Alemana para resolver las reclamaciones de Baviera sobre su contribución excesiva al fondo de solidaridad entre los “lands”.

La Constitución española no sólo no se ha adaptado, sino que ha retrocedido. La prevaricación del Tribunal Constitucional que modificó el Estatuto aprobado en referéndum por los ciudadanos de Catañuña vulnerando el artículo 152.2 de la Constitución de 1978 que establece que un Estatuto aprobado en referéndum sólo puede ser modificado por el mismo procedimiento, es una muestra extrema de este caminar hacia atrás como los cangrejos. La respuesta de la mayoría del pueblo catalán han sido siete años de movilizaciones extraordinarias de más de un millón de personas y las victorias soberanistas en las elecciones de 2012 y 2015. La metamorfosis popular y política catalana han conducido al plebiscito sobre el estado independiente en forma de república. Un referéndum que abrirá el camino para proclamar la III República.

Estos dos párrafos están en total sintonía con las críticas que hace la cúpula de Podemos a la Constitución del 78. Se lanza una idea sencilla para captar apoyos: la Constitución no se adapta a la evolución de la sociedad. Escuchando a Pablo Iglesias y a los nacionalistas catalanes da la sensación de que no ha pasado nada desde 1978, que seguimos instalados en la dictadura franquista.

El Tribunal Constitucional no prevaricó ni modificó el nuevo Estatuto de la Comunidad Autónoma de Cataluña, solo declaró inconstitucionales algunos de sus artículos. Disculpe, señor Tardà, pero en derecho la jerarquía legislativa es una de sus principales normas y el Estatuto no puede transgredir la norma primera que es la Constitución, de la cual se derivan todas las demás, en consecuencia, ocurrió lo que tenía que ocurrir, declarar inconstitucionales y por lo tanto anulados los artículos que iban en contra de ella. Vuelve también con ello al argumento-excusa de la sentencia del Tribunal Constitucional de 2010 como motivo principal del paso adelante para la independencia. Oculta el hecho de que ese proyecto ya estaba en el programa de 1990 de Convergencia Democrática de Cataluña elaborado por Jordi Pujol. La idea era ir eliminando paulatinamente los vínculos legales, simbólicos y emocionales con España e ir creando la nación catalana. ¿Cómo? Primero con la obligación del uso del idioma catalán excluyendo y eliminando el castellano, no solo en la escuela, sino en todos los letreros y carteles en la calle. Se prohibieron incluso las figuritas de adorno del folklore andaluz en las tiendas para turistas, detalle que parecía no tener importancia, pero que los diseñadores de todo este proceso supieron ver su importancia simbólica y estratégica. Y, después, poco a poco, y esto es lo más importante, ubicando en los puestos clave de toda la administración autonómica a personas afines a la idea nacionalista, creando con ello una extensa red clientelar. Esa estrategia no viene de la sentencia de 2010, sino que es un proceso lento y fraguado desde años anteriores. La sentencia de 2010 no es más que una excusa para transmitir el mensaje de que el Estado oprime a Cataluña.

Leyendo la Constitución y analizando todo el desarrollo legislativo posterior, podemos afirmar que la Constitución del 78 rechazaba por completo el franquismo. Un ejemplo muy claro: al ser la Constitución la primera norma y respetando el principio jerárquico, las demás leyes no pueden contradecir la norma primera. En España se ha hecho una ley que permite el matrimonio homosexual ¿alguien puede tan siquiera imaginar una ley así durante el régimen franquista? Sin embargo para el diputado Tardà la Constitución no se puede adaptar a los nuevos tiempos.

La gigantesca propaganda del régimen del 78, que controla todas las televisiones y los principales periódicos españoles, que enaltecen a todas horas sus supuestos logros, no consigue esconder su naturaleza corrupta y su incapacidad para ofrecer un horizonte de futuro a los jóvenes. Éstos, que no habían nacido en 1977 ni en 1978, son los más perjudicados por la incapacidad de la oligarquía española. Un dato irrefutable: la tan cacareada recuperación económica de 2015 y 2016 no ha impedido que en estos dos años ha habido menos nacimientos que defunciones, lo que no ocurría desde 1939. Con más de un 40% de paro juvenil, con contratos precarios y a tiempo parcial, con sueldos de menos de 1000 euros y alquileres de más de 700 euros los jóvenes no pueden emanciparse y mucho menos fundar una familia.

Si hiciéramos caso a la primera frase de este párrafo concluiríamos que en España no hay libertad de prensa y que incluso se sigue emitiendo el NODO. Y esto lo dice un diputado que pertenece a uno de los partidos que forma la coalición que gobierna en su parlamento autonómico, y que subvenciona a todos los medios de comunicación que son afines a su proyecto. Su afirmación no es falaz, es falsa, simplemente. En el resto del párrafo hace un uso sesgado de los datos respecto a la mayor tasa de defunciones que de nacimientos, vinculados a la crisis económica. Él dice que no ocurría desde 1939; pero según el Instituto Nacional de Estadística, eso mismo también ocurrió en 1999. Es obvio que la crisis económica afecta al proyecto de vida de una persona. Si no tengo dinero, no me arriesgo a tener un hijo con mi pareja y, desgraciadamente, la tesis de Robert Malthus se repite con frecuencia según el ciclo económico. ¿A qué viene entonces retrotraerse a 1939 sin aportar datos estadísticos rigurosos? Única y exclusivamente para mantener el mensaje de que seguimos viviendo bajo el régimen franquista y nada ha cambiado. En busca de la justificación perdida, podríamos titular esta novela.

Al mismo tiempo, la corrupción y las cloacas del Régimen del 78 proyectan la verdadera naturaleza del sistema político vigente. La lista de 60 casos del PP que recordó Irene Montero dejó clara la dimensión de la codicia de los partidos que monopolizan el poder. Por mi parte, añadí la negativa a investigar los 1600 millones que ha acumulado Juan Carlos I en sus años de reinado y el papel de los corruptores de las grandes constructoras.

Además, tenemos la malversación legal. El Banco de España ha cuantificado en más de 60.000 millones los euros que los contribuyentes tendremos que pagar para cubrir la quiebra de tantas cajas de ahorros derivada de la burbuja inmobiliaria. Era una buena ocasión para destinar esta enorme cantidad de dinero para crear un gran parque público de vivienda, como el que existe en la mayoría de países europeos. La oligarquía ha utilizado estos 60.000 millones para concentrar todo el poder financiero en sólo cinco megabancos.

Al mismo tiempo, la investigación de periodistas valientes ha sacado a la luz las miserias policiales. En el documental «Las cloacas de Interior» el policía Jaime Barrado lamenta: «El sistema está tan corrupto que expulsa a los decentes». A su lado las maniobras del Gobierno español en la fiscalía general del Estado, en anticorrupción, en desplazamiento de jueces para entorpecer los procesos judiciales que abordan los casos de corrupción muestran que el poder judicial es manipulado para mantener la impunidad de los poderosos.

Estos tres párrafos son los únicos con los que estoy de acuerdo, porque la corrupción es algo endémico en España y se debe perseguir y castigar. Ahora bien, destaca el estilo, el tono que emplea, con su continua agresividad. No estaría mal mencionar también la corrupción en Cataluña, que no es poca. También hay que señalar la exageración y, de nuevo, tomar la parte por el todo. El que haya jueces corruptos no implica que todo el sistema judicial sea corrupto. En cualquier caso, la corrupción sí es una asignatura pendiente en España.

La conmemoración de los 40 años de las elecciones de 1977 se ha utilizado para magnificar el mito de la Transición española. Ya lo denuncié en la fallida investidura de Pedro Sánchez: el modelo español de transición solo fue seguido por el General Pinochet en Chile. El modelo de reconciliación y democratización, admirado por todo el mundo, fue el de Nelson Mandela en Sudáfrica, con su Comisión de la Verdad. Por esta razón recibió el premio Nobel de la Paz y a su entierro asistieron todos los jefes de Estado del mundo. Al funeral de Adolfo Suárez, acaecido pocos meses más tarde, sólo asistió un jefe de Estado extranjero: el dictador Teodoro Obiang. No hay evidencia más clara del ínfimo prestigio del régimen postfranquista.

En este párrafo se incide en el esfuerzo nacionalista para desprestigiar a España todo lo que sea posible. Es evidente que la Transición española no fue un camino de rosas, pero tampoco es para tirar todo por la borda. Yo era pequeño en aquella época y tanto lo que recuerdo, como lo que he leído después, el espíritu general era el intento de no repetir la guerra. Conociendo la tradición “cainita” y vengativa entre los españoles, sinceramente, me pareció y me parece un acierto el eliminar el espíritu de venganza, que es lo que transmite ahora Tardà y su compañero Rufián. El Partido Comunista en los años 50 ya redactó una resolución que hablaba de la reconciliación. También es falso que solo Pinochet se fijara en el proceso de transición en España. En el ámbito académico creo que ya va por el 9º congreso sobre investigadores del franquismo y la transición, y en las revistas de ciencia política internacionales también hay estudios sobre ello, y no precisamente para desprestigiarlo.

El diputado Tardà utiliza un recurso publicitario muy habitual: vincular un valor a un producto, para conseguir que en la mente del consumidor se asiente la idea de que al consumir ese producto, aparte de su utilidad práctica, se adquiere también el valor asociado a él. Vestir ropa de la marca Lacoste no te hace ni más deportista ni más joven, pero si en la publicidad se asocian esos valores a esa ropa, quien la viste puede llegar a creerse que tiene un aire de distinción sobre los demás. Esto es algo que el nacionalismo catalán lo hace continuamente, por supuesto todo lo español se relaciona con valores negativos. Vincular, en este caso, la transición con Pinochet, o que solo asistiera el dictador Obiang al funeral de Suárez, refuerza la idea de que el denominado régimen del 78 es una continuación del franquismo y, por lo tanto, los catalanes ya hemos tomado la decisión correcta de independizarnos de España, que al igual que su Constitución, es irreformable y no se adapta a los tiempos. Ese es el mensaje que lanza.

Pero lo mejor viene ahora. Copio completo el final de su artículo y lo comento.

Hay las condiciones para repetir en España la metamorfosis contra el régimen del 78 que se ha producido en Catalunya. Como en el 14 de abril de 1931 España puede acostarse monárquica y despertarse republicana. El triunfo del “si” al Estado independiente en forma de república el 1 de octubre generará una crisis en el régimen monárquico que ni la piel de elefante de Rajoy podrá resistir. Los siguientes pasos del Parlament de Catalunya para implantar la República Catalana desencadenaran un conflicto democrático de altísima intensidad, con el retorno de los presos políticos en España. La situación será tan convulsa que se convocarán elecciones generales.

Ante estas elecciones se debería plantear una actualización del Pacto de San Sebastián de 1930. Todos los partidos contrarios al régimen del 78 deberían incluir en su programa, como mínimo, un punto común: la convocatoria de un referéndum sobre monarquía o república. Si la proclamación de la República Catalana fuese reprimida por la fuerza y sus representantes democráticos estuviesen encarcelados, se debería añadir la amnistía como otro punto central del programa común. Si estos partidos obtuviesen la mayoría absoluta en el Congreso se convocaría el referéndum sobre monarquía o república. Si ganase la república, el paso siguiente no sería otro que la celebración de elecciones constituyentes. La victoria de las fuerzas republicanas habría finiquitado el corrupto e incapaz régimen del 78 y la proclamación de la III República sería realidad.

Si Catalunya no ha conseguido la independencia a causa de la represión del Reino de España, la III República deberá reconocer la República Catalana. Si por contra, ésta ya se ha consolidado debería proponer a la república española y a la portuguesa una Unión Ibérica como entidad reforzada dentro de la Unión Europea, siguiendo el ejemplo del Benelux. Se cumplirá el proyecto de Francesc Macià al proclamar la República Catalana dentro de la Unión de Repúblicas Ibéricas el 14 de abril de 1931.

¿Qué decir de esto? Cuando lo leí por primera vez “flipé”, como se dice popularmente. ¿En qué época vive este señor, en 2017 o en su ensoñación de los años 30 del siglo XX? ¿A qué presos políticos se refiere? Aquí está su mayor falacia: de la proclamación de la república catalana se derivará y producirá, necesariamente, la III república española, sin más explicación que su creencia. ¡Con un par!

También, alude a algo que me parece peligroso: la existencia de violencia desencadenando un conflicto de altísima intensidad. Por supuesto ese conflicto él lo denomina democrático, faltaría más. ¿Qué significa eso realmente? ¿Otra semana trágica en Barcelona? Da la sensación que está deseando que ocurran actos violentos, que el gobierno de Rajoy use al ejército para parar la insurrección que él ve inmediata, y que el pueblo saldrá a la calle para conquistar la libertad que el malvado y pérfido Estado español reprime.

Encadena, además una serie de acontecimientos dignos del mejor cuento de política-ficción: proclamación de la república catalana, represión del Estado, revueltas callejeras de altísima intensidad, elecciones generales, victoria por supuesto de la izquierda, referéndum sobre república o monarquía (que como ya Cataluña ya es independiente, no participaría), victoria de nuevo de la izquierda, proclamación de la tercera república española y, por último, federación ibérica con Portugal incluido. Solo le falta decir y fueron felices y comieron perdices.

¿Este señor está en sus cabales? ¿Se comportará igual en su casa? ¿De verdad semejante loco merece el salario que gana? Lo peor no es que él, desde su cargo de diputado, diga lo que dice, sino que lo apoye y lo admire mucha gente en Cataluña.

La idea de la federación ibérica, desde un punto de vista teórico, no me parece mal, pero solo teórico. ¿Portugal querría? ¿Los españoles querríamos? Un proceso largo, sospecho. Por otro lado ¿qué nos garantiza que con una federación así (él la llamaría de naciones ibéricas) se gestionarían mejor los recursos? Es posible que sí, pero habría cosas que deberían estar necesariamente centralizadas, tales como el ejército y la vigilancia de la costa, el sistema de seguridad social y las cotizaciones, los seguros de desempleo y, sinceramente, también, el sistema educativo y el sanitario, para que los ciudadanos de dicha federación tuvieran igualdad de oportunidades y acceso a los servicios ¿no lo cree así, señor Tardà?

Si los mercados de trabajo y de mercancías no cambian ¿para qué queremos primero destruir lo que tenemos (con violencia previa, como usted ya se ha encargado de predecir), y luego federarnos? No parece tener en cuenta al menos dos problemas que aparecerían: el primero el caciquismo de cada territorio, y el segundo la dificultad del idioma, catalán, castellano, euskera, gallego, aranés, portugués y cualquier otro idioma inventado como el bable. Por otro lado, aquí mucha palabrería sobre la organización institucional, pero del mercado de trabajo ni pio, y encima este hombre se define de izquierdas. ¡A otro perro con ese hueso, señor Tardà!


Quiero pensar que no soy solo yo el que ve la raíz y la esencia totalitaria y violenta del nacionalismo, no solo el catalán. Quiero pensar que no solo yo soy el que ve que el proceso independentista catalán está dirigido y diseñado por personas irracionales, fundamentalistas, autoritarios. Quiero pensar, por último, que la mayoría de los catalanes no son como Joan Tardà. Afortunadamente me consta que es así, pero también hay muchos como él.

sábado, 15 de julio de 2017

Josep Ramoneda, El marco y la foto.

Este es el título de la columna publicada en el diario El País el viernes 14 de julio de 2017.

Este autor siempre me ha parecido un converso al nacionalismo. Por regla general los conversos acaban siendo los militantes más radicales, no se si por remordimiento de conciencia o por quedar bien ante sus compañeros. Es el típico hegeliano de izquierdas que ha abandonado el discurso social, económico y laboral de la izquierda tradicional, y lo ha sustituido por la identidad y la organización institucional del Estado. Este es un problema generalizado en toda la izquierda, no ya española, mundial más bien. La banca y los empresarios están encantados con ello, claro.

Su tesis principal con respecto al proceso independentista catalán es muy obvio y en realidad aporta muy poco: los nacionalistas no tienen suficiente fuerza, es decir votos, para exigir un referéndum y, a la vez, el gobierno del Partido Popular tampoco tiene la suficiente fuerza como para doblegar al poder hegemónico de los nacionalistas en Cataluña. En consecuencia conviene negociar.

Esto es el planteamiento racional, con el que básicamente o, al menos, desde el punto de vista formal, estoy de acuerdo. Lo malo es que los nacionalistas catalanes nunca plantearon sus reivindicaciones desde un aspecto racional, sino que han usado y manipulado las emociones… y la educación, todo hay que decirlo. Continúan haciéndolo y me temo que continuarán, mientras tengan poder.

Ramoneda no suele entrar, o si entra lo hace de puntillas, en las contradicciones del nacionalismo o incluso en su rostro totalitario, el cual se muestra cada vez más sin enmascarar. En cambio lanza todos sus esfuerzos intelectuales en echar la culpa al Partido Popular por negarse a negociar las reivindicaciones nacionalistas (que no catalanas, ojo).

Esto es algo típico de la izquierda española: haga lo que haga el Partido Popular está mal y hay que ir en contra, estableciendo así una falacia: la imposibilidad de ser de izquierdas y, a la vez, apoyar algo en algún momento al Partido Popular o a Ciudadanos. Si criticas el nacionalismo, no puedes ser de izquierdas, que es lo que afirma también el diputado Rufián.

En este artículo Ramoneda viene a decir que la Constitución de un Estado se debe adaptar a la sociedad. De nuevo otra formalidad: las leyes son modificables y han de adaptarse paulatinamente a los tiempos. ¿Existe alguien que no esté de acuerdo con esta generalización? Me recuerda a la eficacia de la consigna “derecho a decidir”, que se puede traducir como: ¿quiere usted ser escuchado y participar en la vida pública o prefiere ser ninguneado? ¿Existe alguien que no quiera decidir sobre los asuntos que le conciernen?

No obstante todas las constituciones tienen vocación de perdurar en el tiempo, porque no se puede hacer una constitución para cada generación. De hecho todas son así. ¿Significa eso que no se pueden modificar? Por supuesto que no, son modificables, pero hay que precisarlo, tal artículo y nueva redacción, por supuesto tras un debate serio y riguroso, donde prevalezca el conocimiento, la racionalidad y se tengan en cuenta las posibles consecuencias. Ni qué decir tiene que las emociones del momento deben ser soslayadas.

Pero lo que me parece importante es la parte final del artículo, lo cito:

Dicen que en mayo Puigdemont pidió a Rajoy negociar una salida y que el presidente le exigió la retirada del referéndum. Puigdemont respondió: “No puedo”, sería “una claudicación”. Si al inicio de la crisis, hace cinco años, Rajoy hubiese actuado con diligencia ni Mas ni Puigdemont le hubieran podido dar esta respuesta”.

De nuevo la culpa y responsabilidad última la hace recaer en el Partido Popular. Se le olvida al hegeliano Ramoneda un asunto muy importante y que ya explicó Gustavo Bueno: ¿qué ocurre cuando te pones en el punto de vista del otro, reconoces su postura, entiendes su visión y su interpretación de la realidad, y aún así sigues estando en desacuerdo?

Porque una cosa que Ramoneda, y otros muchos, parece olvidar es la distinción entre entender algo y estar de acuerdo con ese algo. Como dijo Gustavo Bueno, eso no se arregla con diálogo, sino que ya se arregla con una lucha de poder, con violencia llegó a decir el viejo profesor, más aristotélico escolástico que marxista. Si estuviéramos en el siglo XIX o en los años 30, los nacionalistas catalanes ya se habían alzado en armas. Afortunadamente estamos en el siglo XXI y los conflictos políticos se dirimen de otra manera. Algo hemos avanzado.

A Ramoneda suelo oírle todos los días en su Dietario de la Cadena Ser y nunca entra en el debate de lo que implica de verdad el nacionalismo. Nunca habla de la posibilidad de convertir en extranjeros a la mitad de los ciudadanos de Cataluña, por poner un solo ejemplo. Cualquier ciudadano de Cataluña puede acudir a Madrid, a Zamora, a Sevilla con todos sus derechos y, por supuesto, presentarse a oposiciones; en cambio, con la obligación del idioma, que en última instancia es una barrera para el mercado laboral, los ciudadanos de otras provincias no pueden competir en el mercado de trabajo catalán, algo que se ha ido extendiendo a las otras Comunidades Autónomas bilingües. Ramoneda nunca ha planteado ese problema, ni tampoco parece que le interese a la izquierda.

Se habla mucho (y por supuesto se debe hablar y denunciar) de la corrupción del Partido Popular, pero Ramoneda, ni la izquierda en general, hablan de que los nacionalistas no son más que un grupo de unos cuantos o unas cuantas familias, que dominan y controlan a una población y la mayoría de los recursos en un territorio concreto. No habla de la tupida red clientelar creada por Jordi Pujol durante años, basada en ubicar en los puestos clave de la administración a personas militantes con la idea nacionalista. De hecho, el único trabajo que han tenido muchos de los políticos nacionalistas catalanes ha sido en la administración autonómica, nunca en la empresa privada, lo cual dice mucho de esa red clientelar. En última instancia no deja de ser un caso muy evidente de caciquismo del siglo XIX, o incluso de feudalismo de los siglos XIII y XIV. Este clientelismo se tapa con las espectaculares manifestaciones de los 11 de septiembre.


En realidad, lo que más me molesta de todo este fenómeno no es tanto la postura nacionalista, que ya de por sí es inaceptable, sino la ceguera de la izquierda, al haber sustituido el discurso y el análisis social, laboral y económico por la identidad. El no ver o no querer ver, que es lo peor de todo, la manipulación que hacen los nacionalistas. El cambio de los significados, el cambio de la realidad para ajustarla a su ideología. Ejemplo: el atentado de Hipercor en Barcelona fue culpa de la policía, que se retrasó a posta para que estallara la bomba. Esta fue la justificación de los nacionalistas vascos en aquella época. Y la izquierda no parece haber aprendido.